...Con un nuevo exceso de ternura...

...Después de Adagio, parecía que Abraham tardaría mucho en sorprendernos... ya nos había pasado algo similar cuando nos había cantado I surrender... Son de esas interpretaciones que uno disfruta de una manera muy extraña, me refiero a que indudablemente uno aprecia hasta los mínimos detalles y se emociona hasta las lágrimas... todo el cuerpo parece solidarisarse con lo que se experimenta escuchándolo... pero a la vez uno tiene como un dejo de tristeza porque da la impresión que se ha llegado a la cumbre, y entonces sólo nos espera el descenso... inundados de la alegría nostalgiosa de las alturas, es verdad... pero el descenso tiene eso de haber dejado algo allá arriba... un algo que parece irrecuperable... Ante interpretaciones tan magistrales de Abraham, esta mezcla "rara" de sentimientos parece hacerse presente...

Sin embargo, de alguna manera este pequeño -gran- gaditano nos tiene mal enseñados a la expectativa... es tan fuerte el sentimiento de "confianza" que ha ido generando en nosotros que resulta imposible renunciar a la espera de algo nuevo... a la espera de ese "siempre más" nunca defraudado... No han pasado ni siquiera dos meses desde que se ha dado a conocer al público la interpretación que Abraham hiciera de Adagio... apenas un mes después este niño, ya casi adolescente, nos vuelve a sorprender con un exceso de ternura, esta vez de la mano de una de sus fans más pequeñas, María... en ella la naturaleza muestra una vez más su milagro de dulzura... y "lo bello" parece tomar cuerpo en la gracia de esta niña de apenas 4 añitos... Su sueño era conocer a Abraham... lo deseaba más que a todas sus chucherías y que a todas sus muñecas... podríamos decir que en el paisaje de su niñez, Abraham es un personaje necesario y de los más preciados... El día que lo encontró en Menuda Noche, él le regaló una rosa ¿y qué mejor que enmarcar la foto del encuentro con esos pétalos?... es que todo ha parecido un cuento de hadas... y por unos 10 minutos todos fuimos parte de esa historia de ternura, de belleza, de inocencia...

Lo que vivió María en ese momento, pertenece sólo a ella y no nos es lícito entrar allí... lo que ambos nos hicieron vivir esa noche es maravilloso... y eso sí nos pertenece...
Insisto una vez más, y seguramente seguiré haciéndolo, que escuchar a Abraham, ser testigos de lo que se genera a su alrededor nos hace bien... nos devuelve la confianza en que es posible un mundo, una sociedad diferente... donde el amor y la ternura sean más fuertes que el egoismo y la violencia... Experiencias como las que hemos vivido esa noche con algo tan simple y tan frágil como la inocencia de dos niños, nos despiertan del letargo megalómano de aspirar a lo que nos va destruyendo: la ambición por el poder, la riqueza, el dominio de uno sobre el otro... Todo eso brillaba por su ausencia esa noche... ahí veíamos a dos niños que buscaban darse mutuamente lo mejor: María sus cartas, Abraham su canción... Ambos el afecto más sincero y más puro...